Refugiados climáticos: la migración del siglo XXI

Camino sin retorno


POR Judit A. Gonzálbez | Periodista y voluntaria de la Diosa
Huracanes, monzones, sequías prolongadas y desertificación son algunos de las principales razones que motivan a miles de personas en el mundo a abandonar sus hogares. Teniendo en cuenta esta voluntad de mejora del modo de vida, algunos expertos denominan a este colectivo como “migrante climático”. No obstante, esta definición choca con los que consideran que se trata de una migración forzada y abogan por el término de refugiado climático, aunque éste se use sólo para calificar aquella persona que es perseguida políticamente. Entre ellos, se encuentra Samuel Martín-Sosa, responsable de relaciones internacionales de Ecologistas en Acción que recuerda que aunque la Convención de los refugiados de 1951 no contempla este supuesto, “utilizamos el término de refugiados porque necesitan una protección internacional”.
El responsable de relaciones internacionales de Ecologistas en Acción participó ayer en una charla sobre refugiados climáticos en el Real Club Marítimo de Melilla, junto a José Palazón, presidente de la asociación melillense Pro Derechos de la Infancia (Prodein) y Rosa Gónzalez, coordinadora de Guelaya-Ecologistas en Acción Melilla, en el marco del programa de actividades del velero Diosa Maat en la ciudad. Para Martín-Sosa “hay umbrales de no retorno en que se fuerza la migración”. Así, puso el ejemplo de Nairobi donde se producen conflictos bélicos a causa de la competencia de recursos y de Siria, donde existen problemas climáticos y bélicos. Miles de habitantes “se mudaron de las zonas rurales a las zonas urbanas tras la muerte del 85 por ciento del ganado y la pérdida
del 75 por ciento de la cosechas”, recordó.
Con 65.000 desplazamientos diarios en 2015, según ACNUR, y previsiones de 200 millones de personas afectadas por migraciones climáticas en 2050, África, América Latina y el Caribe, Asia y los pequeños países insulares en desarrollo son los puntos calientes de este fenómeno migratorio que “pone de relieve el concepto de vulnerabilidad, la capacidad de adaptación del impacto”. “Muchas veces el que emigra es el que tiene capacidad de emigrar” produciéndose una ‘fuga de cerebros’ que provoca que esos países pierdan “la capacidad de sobreponerse a los impactos medioambientales y
climáticos”, lamentó.

Un sistema culpable que evade responsabilidades




El responsable de relaciones internacionales de la organización ecologista culpó al modelo de desarrollo económico basado “en el saqueo y subordinación de otros países convertidos en vertederos de emisiones de CO2”, así como al consumo de combustibles fósiles de la situación. “Tenemos gran parte de responsabilidad en el caso del cambio climático” recordó citando la deforestación de las selvas en Latinoamérica para el consumo de carne o el uso de minerales de las minas de Coltán para la fabricación de dispositivos electrónicos. “Hemos externalizado los impactos a esos países”, aseguró.
Por este motivo, alertó que “hay que concienciarse que vienen tiempos de escasez” y llevar a cabo un “cambio de paradigma como sociedad, forma de vivir el planeta y estar”, a través de la construcción de alianzas y en el que la ciudadanía “tiene que tomar iniciativa para fomentar el cambio” sin olvidar que “somos seres ecodependientes de los ciclos de la naturaleza.
Palazón también coincidió con el ecologista. “La culpa de todo esto lo tiene nuestro sistema: su interés es llevarse todo lo que se puede”, añadió recordando que “África y específicamente el Sahel, es una zona más espoliadas del planeta” tal y como ocurre en Burkina Faso, que a pesar de la pobreza extrema que sufre su población es “el cuarto productor de oro de África”. Además de explicó otras consecuencias que sufre la población debido a este tipo de actividades extractivas, como el caso de una empresa minera que se comprometió a proveer a las poblaciones con agua, no obstante dicha agua con la que se limpia el oro y que la población utiliza para su consumo, tiene cianuro.
En un lugar donde “el agua es fundamental, los jóvenes lo tienen claro”. Así, la emigración, que en Melilla se vive de cerca, pasa a ser la vía de salida. “En 20 años de tiempos de migración, han pasado miles” aunque “si lo comparamos con los que llegan a Costa de Marfil y Grecia, es ridículo. Aquí en Melilla no llegan a 200”, puntualizó el presidente de la asociación melillense Pro Derechos de la Infancia (Prodein) que reclamó que “hay que dignificar la frontera: eso es un muro de la vergüenza, no se cumple ninguna ley, no se valora a la personas”.
Judit A. Gonzálbez (Melilla, 30/08/2017)